Mañana es el gran día de los Josés, las Josefas, los Pepes, las Pepas, las Josefinas, Finas, Maria Josés y Jose Marías, José Carlos y las mil y una formas en que uno puede llevar el nombre del padre legal de Jesús. José ha sido, hasta hace bien poco, el nombre masculino español por excelencia pero ¿cuántos Josés y Josefas conocen la historia de su nombre?¿Cuántos saben que le deben su onomástica a Santa Teresa de Jesús?¿Que no lo sabes? A confesarse.
De entre todos los personajes que nos dio el Nuevo Testamento, José no fue nunca de los favoritos. Durante los primeros quince siglos de la cristiandad nadie le hacía mucho caso, salvo algunos padres de la Iglesia que discutían si María era virgen o no y si San José era joven o viejo. Encontrar a alguien que se llame José en la Edad Media es difícil por no decir imposible. Entonces, lo que se llevaba era llamarse Juan, sobre todo Juan, aunque también Pedro, Domingo, Martín…
En el siglo XV, el papa Sixto IV le concedió su festividad, pero fue en el XVI cuando su estrella empezó a despuntar. Una joven religiosa carmelita que había sufrido una extraña enfermedad, llamada Teresa, se hizo devota a muerte de este santo que, aseguraba, había intercedido en su recuperación. Desde entonces, no solo quiso «persuadir a todos fuesen muy devotos de este glorioso Santo, por la experiencia que tengo de los bienes que alcanza de Dios», sino que fundó el primer convento en toda la cristiandad cuyo titular era el esposo de María.
En aquella época, el nombre honraba al santo que lo había llevado y, de ese modo, te ganabas su protección, además de impulsarte a imitar las virtudes que en este caso eran la fidelidad, la humildad, la pobreza y la obediencia. Los frailes de la orden de Teresa de Jesús predicaron a San José y lo llevaron por Europa y América. Luego llegó la canonización de Santa Teresa (que también puso de moda su nombre); su festividad se universalizó, los mejores artistas del barroco lo dibujaron, pintaron y esculpieron y, poco a poco, desde cero, este antropónimo inició un lento pero seguro ascenso que llegaría a su punto culminante a mediados del siglo XVIII, cuando se impuso entre los favoritos, por no decir el favorito, en muchos lugares. Ayudaba bastante el que fuera un aderezo ideal para otros nombres en plena moda de los compuestos: José Manuel, José Francisco, José Antonio, Juan José, José Miguel, María Josefa, Josefa Antonia, Josefa Joaquina… las combinaciones eran infinitas.
El nombre, por otro lado, tuvo su propia evolución. Durante el siglo XVI parece que habría tenido la forma Josef, pero en el XVII los textos nos lo revelan como Jusepe, de cuyo diminutivo provendría Pepe. Al final de ese siglo empieza a parecer la forma que triunfaría en el XVIII: Joseph. No sería hasta el XIX cuando los escribanos nos traen a los Josés, que todavía hoy celebran su dia el 19 de marzo.
En genealogía, José es un ejemplo claro de cómo en la Edad Media y Moderna la mayoría de la gente compartía los mismos nombres. Incontables de mis antepasados se llaman José, solo o acompañado de otro… o dos, o tres, o cuatro. En el siglo XX ¿cuántos Josés no conocemos? Durante casi 400 años ha sido el rey indiscutible, el nombre cañí por excelencia (¿recuerdas como se llamaba el prota de la ópera «Carmen»?). Hasta los años 60 estuvo en los primeros puestos pero, con el fin de las limitaciones legales y sociales, empezó, como tantos otros, a quedar atrás en los ranking, superado por la novedad y el exotismo.
Suelo bromear con que en el siglo XVIII el cura decía: ¿le ponemos el santo del dia o José? Y como el santo del dia tuviese un nombre feo, los padres decian: pues José.
Hoy en día ponemos casi el nombre que nos da la gana y casi sin preguntar a nadie o, lo que es lo mismo:
¡Viva la Pepa!
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